miércoles, 28 de octubre de 2009

La Fiesta de la diosa viviente Kumari en Nepal

Cuando enfilé el peligroso pero al mismo tiempo espectacular aeropuerto de Katmandú, en Nepal, apenas podía imaginarme las muchas maravillas que iba a encontrarme en aquel país rodeado de las más altas montañas del mundo, en las cercanías del Everest, y arraigado en sus propias ancestrales tradiciones. Como tampoco podía imaginarme que viviría en primera persona su fiesta más importante: la Fiesta de la Kumari, la diosa viviente del Nepal.

Hay viajes que te sorprenden con regalos inesperados, con cosas que nunca te habías planteado ni organizado en tu agenda, y aquel día, a medida que me acercaba al centro de la capital, fui observando para mi asombro la gran cantidad de gente que se arremolinaban en la Durbar Square, en plaza principal, frente al Palacio de la Kumari.

Como buenamente pude me fui informando, y al final pude comprender que estaba presente en el día más importante del año para los nepalíes, el 15 de septiembre.


Las leyendas cuentas cómo Indra envió a su hijo a la tierra a buscar flores. Creyendo que era un simple mortal que iba a robar, el pequeño dios fue apresado. Montando en cólera, el dios Indra mismo bajó a la Tierra dispuesto a castigar a los culpables, más éstos, cuando repararon en el tremendo error cometido, dedicaron siete días consecutivos a adorar al hijo apresado. Indra, cambiando el ánimo ante tanta adoración, decidió finalmente darle sus bendiciones al pueblo en forma de lluvias en esos días, cada año, y prometió conducir a sus muertos él mismo al reino de los cielos.

Es la tradición la que narra la historia de una niña, de entre 3 y 12 años, que es elegida como la diosa viviente. La niña, la futura Kumari, que ha de ser virgen, debe superar antes de su elección una serie de pruebasque demuestren que es la portadora de las virtudes mística de los dioses en la Tierra. De todas esas pruebas, la final es la más dura, pues la niña deberá ser encerrada en un lugar lleno de cabezas de animales muertos y de máscaras terroríficas de dioses. Si la niña muestra sus dotes y no se inmuta ante tanto horror, la niña es elegida como representante de la propia diosa Kali en la Tierra, título honorífico que mantendrá hasta cumplir los 12 años.

Aunque la elección es todo un honor para la familia, en la realidad, la niña permanece encerrada en palacio de por vida mientras es diosa, e incluso le está prohibido contacto humano ni terrenal, e incluso se le imposibilita pisar el suelo para eludir las impurezas del mundo.

Esa misma tradición exige que los templos de la ciudad permanezcan constantemente iluminados con velas, lo que viste las noches nepalíes de un velo. Es el último de esos días cuando la Kumari sale de su palacio sobre un trono para recorrer las calles en dirección al templo. Le acompaña su pueblo, y allí a las puertas del Templo, le espera el Rey de Nepal, quien en el momento del encuentro le hace la ofrenda de una moneda. De vuelta a su Palacio, las danzas y la alegría se ha apoderado de las calles, y sus gente le arrojan monedas a la diosa en petición a que no falten en el futuro.

Es una ceremonia ancestral que para quienes no vivimos de esa religiosidad ni ese fervor, nos resulta no sólo exótica, sino profundamente entrañable. Al menos, así lo sentí. Amor y fervor por su pequeña diosa viviente, la Kumari.

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Propiedad de la foto: Javier Gómez

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