lunes, 30 de marzo de 2009

LEY DEL AMOR ÁURICO


Cuando las almas gemelas se encuentran, se descubren una a la otra y se vuelven uno solo en el infinito existe una fusión tan grande, plena y total en todos los niveles. El calor de los enamorados derrite la barrera que la carne impone y los deja pasar de lleno a la contemplación del alma. Alma que, al ser idéntica, reconoce la energía del compañero como propia.



El reconocimiento empieza en los centros receptores de energía del cuerpo humano: los siete chakras; a cada uno le corresponde un sonido dentro de la escala musical y un color del arco iris. Cuando son activados por la energía proveniente del alma común vibran y producen un sonido. Pero en el caso de las almas gemelas, cada chakra resuena y es, al mismo tiempo, el resonador del chakra de su compañero.


Estos dos sonidos idénticos, armonizados, generan una sutil energía que circula por la espina dorsal, sube hasta el centro del cerebro y de ahí es lanzada hacia arriba, desde donde inmediatamente después cae convertida en una cortina de colores que bañan el aura de arriba abajo, logrando así que su campo áurico forme un arco iris completo y sus chakras entonen un melodía maravillosa, parecida a la que emiten los planetas del sistema solar en su trayectoria.


En este encuentro, así como hay un lugar dentro del cuerpo de la mujer para ser ocupado por el miembro viril, entre átomo y átomo de cada cuerpo hay un espacio libre para ser ocupado por la energía del alma gemela, o sea , que estamos hablando de una penetración reciproca, pues cada espacio se convierte al mismo tiempo en contenedor y en contenido del otro: en la fuente y el agua, en la espada y la herida, en el sol y la luna, en el mar y la arena, en el pene y la vagina.


La sensación de penetrar un espacio sólo es equiparable a la de sentirse penetrado. La de mojar, a la de sentirse mojado. La de amamantar, a la de ser amamantado. La de recibir el tierno esperma, a la de eyacularlo. Los dos son motivo de orgasmo. Y cuando todos y cada uno de los espacios que hay entre átomo y átomo de las células del cuerpo han sido cubiertos o han cubierto, que para el caso es lo mismo, viene un orgasmo profundo, intenso, prolongado. La unión de las dos almas es total y ya no hay nada que la una no sepa de la otra, pues forman un solo ser. La recuperación de su estado original las hace conocedoras de la verdad.

Cada uno ve en el rostro de su pareja los rostros que la otra ha tenido en las catorce mil vidas anteriores en las que vivieron juntas ese maravilloso encuentro. Llegado este momento ya no se sabe quién ni qué parte del cuerpo le pertenece y qué parte no. Lo único que se sabe es que se forma un solo cuerpo que, adormecido de orgasmos, danzaba en el espacio al ritmo de la música de las esferas celestes.


Este relato es obra de Beatriz Escalante

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